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03 Abril 2018

El fuego del amor


El esfuerzo, la fuerza de voluntad y la conciencia pura son los ingredientes luminosos que hacen que nuestro amor no se quede en palabras sino que se convierta en hechos.

Avivemos diariamente esa llama interior y conservemos su fuego para que no se extinga.  El fuego puede consumirlo todo a su paso, destruyendo sin piedad, o puede servir de mil maneras. Así mismo nuestras emociones pueden herir, afectando a los que están a nuestro alrededor, o contagiar entusiasmo y ganas de vivir.   Al depurar y manejar las emociones, hacemos que nuestro fuego interno brille con intensidad y belleza.

Así como el fuego consume el combustible y gracias a él se acrecienta, nuestro corazón se alimenta de nuestra decidida acción diaria. Cuanto más puro es ese combustible, más poderosa es la llama.  Si nuestra mirada es limpia, el resultado es una clara visión de las cosas; si nuestro corazón está limpio el resultado es un amor sin límites.

Tratemos de fortalecer diariamente nuestro espíritu y la autoestima, y no nos dejemos abatir por las críticas ni por los fracasos. Recuerda siempre que no importa lo que digan de ti, lo importante es lo que te dices a ti mismo en cada amanecer.

Hace ya algunos años, yo caminaba haciendo uno de mis habituales patrullajes por las calles de Bogotá, cuando de repente me encontré con una niña a la que lamentablemente, el fuego la había devorado.  Tenía la carita y una mano destrozadas, y había estado al borde de la muerte, pero el fuego no había podido arrasar su corazón, pues dentro de él brillaba la llama del amor. Era un ser de luz que se había distinguido siempre por el servicio a los demás, y que tenía una fe extraordinaria, sólo posible en quien ha sabido dar siempre sin esperar nada a cambio.

A través de los años, a Ruth se le hicieron  muchas cirugías plásticas. Era estremecedor ver a esta pobre e indefensa niña retorcerse de dolor, con su cuerpo inmovilizado que no le permitía ni hablar. Pero de todas formas, ella soportaba el dolor con una entereza digna de admiración, aunque en aquellos momentos yo me preguntaba si se justificaba tanto dolor.  Me censuraba a mí mismo por haber tratado de cambiarla.

Transcurrido un tiempo después de la primera cirugía, en cierta ocasión en que me encontraba en la ciudad de Memphis, pude conocer a Gustavo y a su esposa Nairda.  Este matrimonio, que tenía su propio hospital junto con un grupo de amigos, lo conocí gracias a  la Madre Teresa de Calcuta ( con quien después de que nos otorgaron  el premio mundial de la paz nos volvimos muy buenos amigos). Ellos  tuvieron el noble gesto de hacer posible que Ruth fuera a los Estados Unidos para continuar haciéndole una serie de cirugías plásticas.

A través de unos voluntarios extraordinarios, pudimos cristalizar el sueño de darle a Ruth una familia sustituta, brindándole así la oportunidad de educarse y aprender a hablar perfectamente inglés, y de que recibiera la mencionada atención médica.

Aunque la Madre Teresa y Nairda, que en su momento estuvieron con nosotros, ya fallecieron, desde el cielo cuidan como dos angelitos a toda su gran familia, y a los Niños de los Andes, para que salgan adelante.

Ruth hoy en día trabaja para las Empresas Públicas de Medellín y tiene una hermosa hija de dos años, quien le ha brindado aún más alegría a su vida.

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