¿Alguna vez, mientras duermes, has tenido una pesadilla en la que aquello a lo que le tienes miedo te persigue? ¿Tratas de huir y entre más corres, menos avanzas, hasta que despiertas y sientes un gran alivio al saber que la angustia no era real? Probablemente, viviste tan intensamente esa pesadilla que a pesar de que ya estás despierto, en tu corazón y en tu mente, permanece su recuerdo totalmente vivo.
“¡Qué pesadilla tuve!”, es lo primero que piensas cuando despiertas. Fue un sueño horrible y esa sensación te dura unos pocos instantes; al despertar y darte cuenta de que dormías, entiendes que sólo era un sueño y dejas de sentirte perturbado. De la misma forma ocurre cuando tú vuelas con las alas prestadas: tus ideas preconcebidas, tus sistemas de creencias, tus ilusiones y expectativas te están haciendo sufrir, como en esa pesadilla.
Durante la niñez, tratábamos por todos los medios de complacer a otras personas que en su mayoría no eran felices con ellas mismas y nos desgastábamos emocionalmente, tratando de buscar que ellas nos aceptaran. Si observamos a un niño que aún no ha sido contaminado por el sistema de creencias, podemos apreciar que el amor fluye en él libre, natural y espontáneamente, y su capacidad de asombro, dicha y gozo son admirables. Por determinado tiempo, este amor permanece puro, hasta cuando sus padres o tutores, quienes en su mayoría han sido criados en el temor (aunque ellos mismos no lo sepan y lo confundan con el amor), comienzan a formar a sus hijos de la misma manera.
Durante años, los padres coartan la libertad del niño, lo irrespetan, lo ignoran, lo comparan permanentemente con los demás, lo asustan y lo atemorizan, haciéndolo sentir culpable, dependiente e inseguro. Le exigen ser tal cual ellos quieren, sin importar que el niño pierda la esencia real de su ser, o sea, la capacidad de amar, de asombrarse, de fluir libre, espontánea y naturalmente ante cualquier acontecimiento.
Sus padres hacen esto en nombre del amor, aunque quizás en su gran mayoría nunca lo han conocido, no han fluido en él. Conocen de posesividad, celos, poder, dominio, esclavitud, pero no del amor. Dicen y creen que aman al niño, pero lo que realmente están haciendo es inyectándole conocimientos llenos de miedo, prevención e inseguridad, transmitidos de generación en generación.
Lo único cierto es que para complacer a los demás, el niño aprende el sutil arte de la manipulación, se vuelve calculador, frío y rígido, y su esencia, que era el amor, comienza a deteriorarse, se va adormeciendo; el temor empieza a reinar en su vida.
Entonces me pregunto: ¿De la supuesta educación o adiestramiento que hemos recibido, qué es lo que realmente nos hace sufrir y depender tanto? y mas aún ¿Qué clase de educación estamos recibiendo e impartiendo a nuestros hijos?
En este mundo de la forma te lo enseñan todo, mas no te enseñan a ser tú mismo, a conocerte, a amarte a ti mismo y a compartir con alegría tu amor libremente. Entonces, te obligan a ser lo que no quieres, a permanecer con alguien que no quieres; por no perder tu comodidad, sufrir o estar solo, sacrificas tu felicidad; precisamente allí es donde encuentras la raíz de tu sufrimiento. Esa es tu inconsciencia.
Al ver que nada ni nadie te llenan, sufres, porque estás dormido, inconsciente. Te han enseñado que amar es depender, poseer, manipular, celar, juzgar, exigir, dominar; que para amar debes estar atado permanentemente a una persona y que no puedes ser feliz si no estás todo el tiempo con ella. Sólo puedes pensar en poseerla y no quieres liberarla. Por eso, es importante despertar, entender y retornar a la esencia real de tu ser.
De igual forma, si hoy estás sufriendo, puedes o no despertar. Es tu decisión. Sólo quiero que comprendas que, en muchos casos, los seres humanos no quieren despertar. Ellos prefieren seguir sufriendo porque, al fin y al cabo, eso es parte de la vida misma. Han hecho del amor un sacrificio y se han convertido en esclavos de él.