Desde pequeño he sentido fascinación por todos los deportes que tengan que ver con el agua y el aire, por lo que cada vez que tengo oportunidad en mis viajes, me tomo un tiempo para poder disfrutar de esta pasión. Sin embargo, nunca imaginé que un día mágico del mes de junio pasado, esta fascinación por volar, me fuera a dar una gran lección de vida.
Aún recuerdo esos momentos de plenitud, al estar volando libre como el viento, apreciando la belleza de los colores contrastados, de los azules del mar, contra los verdes de la montaña, mientras disfrutaba de una paz indescriptible, que sólo se siente cuando estás en comunión total con la naturaleza. En un momento perfecto como éste, en el que estás en armonía total entre cuerpo, mente y espíritu, y cuando te sientes más vivo que nunca, lo que uno menos se imagina es que todo se pueda derrumbar, colapsar y de un momento a otro, llegar a estar frente a frente con la muerte.
Cuando iba en medio de mi placentero vuelo en parapente, repentinamente apareció ante mis ojos una cuerda eléctrica de alta tensión. Por tratar de esquivarla perdí el control del parapente, y un viento de cola intempestivamente me levantó y me estrelló violentamente contra un árbol, quedando mi cabeza incrustada, dentro de la Y que era formada por las ramas del árbol. La velocidad y la inercia del impacto, me lanzaron hacia atrás, haciendo una voltereta, quedando ahorcado y suspendido en el árbol por más de 5 minutos, mientras que los otros dos compañeros que venían volando parapente conmigo llegaron a ayudarme.
En ese momento, totalmente aterrorizados, después de un gran esfuerzo, pudieron bajarme con vida del árbol y me llevaron al hospital más cercano, donde me hicieron una revisión general y donde aparentemente no vieron nada raro, y me dieron de alta. Sin embargo, después del golpe, comenzaron a suceder una serie de episodios, los cuales a medida que pasaba el tiempo, hacían que la situación fuera mucho más delicada, hasta que dos días después perdí el habla y la visión, llegando a presentar una afasia cerebral. Lo que nadie sabía en ese momento, es que en el interior de mi cabeza se estaban formando un hematoma, un aneurisma y un derrame epidural, que me llevaron de urgencias al hospital, por lo que tuve que ser intervenido quirúrgicamente varias veces.
Es en ese momento de incertidumbre, en el que tu mente te dispara miles de pensamientos negativos, inconscientes y repetitivos de angustia y ansiedad; esa espantosa realidad que se vive en esos momentos es tan cegadora que nubla la razón y el entendimiento; es un momento en el que te sientes tan vacío y frágil que agachas la cabeza, y lo único que queda por hacer es soltarse en las manos de Dios, y simplemente dejar que las cosas fluyan.
Todo se orquesta dentro de un plan divino, y pienso que dentro del plan que Dios me tiene asignado, aún mi misión no ha llegado a su fin, razón por la cual en aquel momento, donde la muerte me coqueteaba y me estrechaba en sus brazos, pude soltarme y regresar a la vida. Creo que esto que me sucedió es una señal más, de todas las que he tenido durante mis 54 años de vida, que me inspirará a cumplir la nueva misión que Dios tiene trazada para mí.
Después de salir de cuidados intensivos, exilio en el que estaba reducido a una existencia limitante, y creer que estaba finalmente cerca a la tan anhelada recuperación definitiva, de repente comencé a experimentar melancólicamente como un cúmulo continuo de pequeñas catástrofes inesperadas, comenzaron a moldear mi ego. Vi como, una a una, mis facultades mentales, motrices y sensoriales se iban mermando y deteriorando. Totalmente desconcertado, sin poder hacer nada, poco a poco fui perdiendo la memoria reciente, el olfato, el gusto, el tacto, la visión se volvió totalmente difusa (llena de rayos que se refractan en un espectro multicolor), y el dolor desgarrador en mi cuello, cada día se hacía más intenso.
En este proceso, el amor que he recibido de todos mis seres queridos y de cada persona que de alguna manera ha entrado en contacto conmigo, las oraciones y plegarias que con tanto fervor han hecho por mi, la meditación y la visualización creativa que me han acompañado en cada instante, se convirtieron en mi bálsamo sanador y han transformado mi dolor en esperanza, alegría y paz interior.
Siempre he creído firmemente que todos tenemos dos opciones, y tenemos el libre albedrío para elegir conscientemente con cual nos quedamos: por un lado, podemos tercamente no aceptar lo que pasó, ver lo que está sucediendo como un castigo divino, llenarnos de miedo, angustia, culpa y desesperación, concentrando toda nuestra energía en lo que estamos sufriendo, en la enfermedad o la pérdida, y como consecuencia atraer eso a nuestras vidas y hacer que las cosas sean más difíciles; o por otro lado, podemos elegir conscientemente, aceptar y comprender que eso que nos sucedió, más que un obstáculo, es un peldaño en nuestro camino, para ascender y crecer. Por eso, es tan importante concentrar toda nuestra energía en el entrecejo, para visualizarnos sanos, dejando el papel de víctimas, agradeciendo y apreciando todas las cosas buenas que tenemos, y canalizar toda nuestra energía, nuestra fe, pasión y amor, para que podamos encontrar la luz que hay al final del túnel y así, en medio de la incertidumbre conservar la calma.
Por eso, no te preguntes por qué sucedieron las cosas, sino para qué. ¿Qué es lo que tienes que aprender? Recuerda que la semilla de la sabiduría es la ignorancia. ¿Por qué tenemos que esperar la proximidad de la muerte para tomar consciencia y empezar a vivir? Hoy es tu gran día, abre las alas a la imaginación y a la creatividad, y sin importar en que estado emocional o de salud te encuentres, déjate llevar sin oponer resistencia.