A Gentil Amado, contar su testimonio de lucha contra el alcoholismo y la drogadicción invade sus ojos de lágrimas, pero como él dice, no son de tristeza, sino de valentía por recordar que hace ya mas de dos años, Dios le dio otra oportunidad a su vida y le permitió tomar la decisión de salir del vicio y de las calles. "Uno como habitante de calle es libre, no existen reglas, no importa el tiempo, el lugar ni la soledad. Es un mundo infernal, que le quita la esencia a la vida", cuenta.
A diferencia de otras historias, este personaje recuerda su niñez y adolescencia como una época tranquila, siempre acompañado de su mamá, Saturia, quien como madre soltera dedicó su tiempo y amor a sus dos hijos. Como la situación económica en su casa no era sólida, Amado empezó a trabajar desde los 14 años. Desde entonces se desempeñó en diferentes trabajos, entre los que recuerda -con mucha alegría- cuando era ayudante de una empresa de publicidad, donde su labor era cargar una escalera para poder instalar y reparar avisos de neón en lugares estratégicos de Bogotá.
Para Gentil, el estudio nunca fue algo realmente importante, por lo que solo cursó hasta tercero de primaria; sin embargo, años más tarde terminó, con gran esfuerzo, el bachillerato por medio de la emisora Radio Sutatensa. Aunque para él ser un profesional nunca fue su prioridad, sí lo motivaba desde muy joven tener dinero en el bolsillo para jugar billar todas las noches con sus amigos del barrio y tener como invitado de honor al licor. Tan normal se convirtió esta escena, que ya no importaba el lugar ni la hora y su familia pasó a un tercer plano.
Así fueron pasando los años y nada cambiaba en la vida de Amado, quien se limitaba a ir de un lugar a otro en busca de nuevas oportunidades, pero estas le duraban poco. Un día conoció a una mujer, que se convirtió por mucho tiempo en su pareja y con quien trató de construir una familia con la adopción de una niña. Al poco tiempo, su pareja decidió abandonarlo, aburrida y desesperada de su inestabilidad económica y por la pesadilla en que se había convertido convivir con alguien vicioso.
Al quedarse solo, Gentil comenzó a retroceder más aún y empezó a tocar fondo hasta que finalmente un día se encontró completamente solo, sin dinero, adicto y viviendo en la calle. Después pasó a las cloacas subterráneas, donde reinaba el miedo, el vicio y la muerte. Así sobrevivió muchos años, sin ninguna ilusión ni esperanza, totalmente llevado por la adicción, sin rumbo, sin entender cómo era que los años se lo estaban llevando de a poco, sin saber dónde había quedado su fuerza de voluntad, sus sueños y sus anhelos.
No fue sino hasta 2015 cuando en un programa dirigido a habitantes de calle, soportado por varias entidades del gobierno y la Fundación Niños de los Andes, en cabeza de Papá Jaime, le brindó a Gentil y a 115 compañeros más de la calle, una oportunidad única de cambio, la cual agrarró con todas sus fuerzas y no volvió a soltarla jamás.
Hoy, dos años después este nuevo comienzo en la vida de Gentil, está recuperando el control sobre su vida y se encuentra lleno de planes, esperanza y, sobre todo, amor y pasión por servir y compartir amorosamente con los demás, con lo cual inspira a muchas personas que están en su misma situación para que crean que un mejor mañana es posible.
Tal cual lo expresa en sus propias palabras, “el logro más grande de mi vida es haber tenido la fuerza de voluntad para salir del hueco maloliente y fétido en el que me encontraba, donde no penetraba ningún rayo de luz. Y fue Papá Jaime con su mirada cálida, su sonrisa y sus palabras amorosas, además de todo su equipo de trabajo, que creyeron en mí a pesar de mis 64 años de edad, quienes me inspiraron a redescubrir mi vida, a ponerle alas a mi imaginación y a soñar sin límites para lograr ver una luz al final del túnel”.
“Ellos, con la metodología SER, diseñada por Papá Jaime, me enseñaron a perdonar y a perdonarme, a manejar mis miedos y mis emociones para encontrar la alegría, la paz interior, la tranquilidad y el amor que estaban sepultados en el fondo de mi corazón”, afirma Amado. “Por eso aprendí que ese refrán popular que dice: “El árbol que nace torcido no se endereza jamás”, es falso, porque yo soy prueba fehaciente de que cualquier ser humano, sin importar su edad ni su condición puede cambiar, ya que cuando cambia la forma de pensar, cambia su vida”.