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09 Mayo 2018

El universo está dentro de ti


Desde niño, el contacto con la naturaleza y la meditación, formaron parte integral de mi crecimiento y evolución. Aunque parezca desquiciado, debo agradecerle a un profesor de mi colegio que me imponía constantemente el castigo de aislarme en un bosque solitario lleno de pinos y eucaliptos, durante largas horas en las tardes, cuando mis compañeros regresaban felices a sus casas. Él jamás imaginó que ese castigo que me imponía para que sintiera miedo a la soledad, a los animales que probablemente habitaban allí, al coco, la mano peluda, la madre Celestina y al duende de las mil cabezas, me conduciría a apreciar y disfrutar todo lo que nuestra bella tierra nos brinda, y por ende a desarrollar la maravillosa habilidad de la meditación.

A mis nueve años, lleno de miedo, entré por primera vez a aquel bosque y obviamente lo primero que sentí fueron ganas de escapar; no lo hice porque el profesor se sentaba a la entrada del bosque a fumar cigarrillos pielroja sin filtro, para cerciorarse de que yo permaneciera allí. Me advertía que si no cumplía con el castigo, me tendría que quedar muchas horas más.

Al no tener ninguna opción, decidí comenzar a disfrutar lo que tenía y al igual que cualquier niño, mi instinto inicial fue treparme a los árboles. Fue así como encontré mi pino silvestre preferido, en el cual pasaba largas horas: el tronco se abría en dos ramas, formando una especie de cama en el aire. Allí me acomodaba plácidamente a descansar, la altura me daba tranquilidad y la sensación de poder sobre todos los miedos y peligros de los que el profesor me hablaba. Comencé a disfrutar plenamente de la fragancia del árbol y a observar y contemplar, sin hacer absolutamente nada más. Fue pasando el tiempo y ese sitio se convirtió en mi refugio y mi lugar sagrado. Comencé a sentir ganas de regresar a aquel maravilloso lugar donde encontraba paz y armonía total. Sentía que mi mente se dormía y se aquietaba, sin saber aún que eso que estaba haciendo se llamaba meditación, ya que en los años cincuenta, las pocas personas que la realizaban eran consideradas excéntricas, fanáticas o de una secta en contra de Dios.

Estar en contacto constantemente con la naturaleza te sirve para que:

- Tu espíritu se reconforte, porque a través del silencio, la contemplación y la observación adquieres tu paz interior.

- Aprendas a escuchar la voz interior que emana de tu corazón, que es tu guía divina que ilumina tu camino.

- Entiendas que no estas fuera de la naturaleza, sino que eres parte esencial de ella y por lo tanto debes cuidarla y protegerla.

- Comprendas que la naturaleza es un lugar sagrado donde Dios habita y cuando entiendes esto, ya no buscas a Dios solamente en una iglesia o en un templo, sino que encuentras que está dentro de ti,  y en todo lo que te rodea.

- Si haces ejercicio diario en la naturaleza entre las 4 y 6  de la mañana, no solamente tu cuerpo se tonifica, sino que al estar en contacto con la naturaleza a esta hora,  el pranna, que es la energía más pura,  te oxigena y  dinamiza, haciendo que puedas manejar mejor tus emociones.