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30 Noviembre 2018

El cabalgante de la noche


Aún recuerdo una noche lluviosa y fría de Semana Santa en Bogotá, cuando me encontraba realizando mis patrullas de rescate habituales para ayudar a los niños que viven en las calles y alcantarillas, y entré a una pequeña tienda para comprar pan y gaseosa para repartirles. De repente, irrumpió ante mí un mendigo de unos 60 años. Tenía la tez tostada por el sol, el pelo estaba tan sucio que le colgaban trenzas de mugre, y se sentía un olor penetrante que emanaba de su cuerpo.

Se quedó mirándome, y me dijo: “Cucho me podría regalar un yogurt?” Cuando lo miré me dio lástima y le dije: “En lugar de un yogurt, toma dos yogurts. Se quedó mirándome y me dijo:  “Si no es mucha molestia, podría cambiar un yogurt por una torta de chocolate, que es más económica para usted?”  Al escucharlo contestar eso, me quedé pensando y le dije: “Mejor toma 2 yogurts y 2 tortas de chocolate”. El mendigo con una gran sonrisa en sus labios y unos ojos llenos de felicidad me dijo: “Gracias, Dios se lo ha de pagar”. Me dio un abrazote, "hicimos transfusión de piojos" y salió feliz.

Unos segundos más tarde entraron corriendo rápidamente y con voz agitada dos niños de la calle diciéndome: “Papá Jaime, nosotros también queremos 4 yogurts y 4 tortas de chocolate”.  Yo les pregunté que porqué 4, si ellos eran solamente 2. Y ellos me dijeron, que era para sus compañeros que estaban en la alcantarilla. Yo les dije que les daba sólo uno por persona. Al decirles esto, ellos se enojaron mucho y comenzaron a insultar y maldecir al pobre anciano. Como estaban tan bravos, entonces les dije que sólo había pan y Coca Cola, que era lo que había comprado para llevarles. Recibieron bastante disgustados el pan y la gaseosa,  recriminándome que porqué al mendigo si le había dado 2 yogurts y 2 tortas, y a ellos no.

Salí, y seguí montando en mi camioneta el resto de bolsas llenas de pan, para poder iniciar mi recorrido nocturno por las calles. Finalmente me subí a la camioneta y cuando miré a la calle, vi lo que nunca en todos mis recorridos por más de 30 años había visto.

Estaban los dos niños de la calle, felices sentados cada uno con una torta de chocolate y un yogurt en las manos, y el mendigo, con una sonrisa de oreja a oreja y un corazón rebosante de alegría y de gozo, estaba feliz, contemplando cómo ellos devoraban aquella torta, como si fuese el más exquisito manjar.

Inmediatamente me bajé de la camioneta, me acerqué al mendigo y le pregunté: “ ¿Tú quién eres? ¿Acaso eres familiar de ellos o los conoces? El mendigo me respondió: “No, a ellos no los conozco y yo soy el cabalgante de la noche, cabalgo con las estrellas y estoy siempre dando amor, sin esperar recibir nada a cambio. Duermo todas las noches en la montaña de Monserrate y me baño en la cascada del chorro de Padilla.” Le dije: “Me acabas de dar la lección más grande que me ha dado la vida.” “ ¿Y cuál es esa lección que te di?,” me preguntó. Yo le contesté: “Yo que lo tenía todo, no di más y tú que no tenías nada, lo diste todo”. Desde ese día entendí que no existe nadie tan pobre que no pueda dar, ni tan rico que no pueda recibir.

Entonces, yo me pregunto: “¿De qué nos sirven tantas plegarias, misas, alabanzas, ayunos, vigilias y sacrificios, si cuando tenemos la oportunidad de dar lo mejor que está en nuestro corazón, no hacemos nada y juzgamos implacablemente?”.

Por eso, mira cómo puedes hacer la diferencia, ya que muchas veces, si escuchas y les das cariño y amor a esos seres humanos que te encuentras en la calle y que se encuentran sucios, andrajosos y despreciables, podrás ver a Dios presente en sus corazones.