Cuando comenzamos a envejecer, las prioridades y los intereses de la vida comienzan a ser diferentes. Empezamos a ver y a apreciar muchas cosas y situaciones que antes no eran significativas y que creíamos que nunca nos iban a suceder. Sólo cuando saboreamos las sorpresas que la vida nos da, entendemos que cada etapa por la que transitamos es una enseñanza maravillosa.
Cuando Dios y la vida tuvieron la fabulosa idea de regalarme a mis nietos, no tenía ni idea de lo que esto significaba, ya que, hasta ese momento, creía que el sentimiento más profundo e impactante que un ser humano podía sentir era el amor por los hijos; pero esto de ser abuelo, definitivamente me tomó por sorpresa.
Abuelo y vejez, mucha gente diría que van de la mano, pero lo que nunca me imaginé es que ser abuelo, para mí, en lugar de envejecerme, me ha rejuvenecido, me ha llenado de dicha, gozo y felicidad y ha hecho que lo mejor de toda mi vida salga a flote.
Cuando nos convertimos en abuelos, lo mejor de nosotros aflora instantánea y naturalmente a la luz. Y sucede un fenómeno espectacular al no tener la responsabilidad de criar a nuestros nietos, ya que eso es tarea de los padres: nos podemos convertir fácilmente en sus cómplices y amigos para vivir aventuras fantásticas, únicas e inolvidables. Es la prolongación más alegre de la existencia, es volver a vivir, es consentirlos y amarlos sin límites. Me atrevería a decir que hasta con un poco de irresponsabilidad y sin compromiso.
Considero que un abuelo puede inspirar de manera muy profunda la vida de un nieto y de nosotros depende que esa huella sea indeleble y poderosa, y que dejé así un verdadero legado en sus corazones. Podemos con nuestra experiencia y sabiduría enseñarles pacientemente a que encuentren el amor en cada cosa simple que hagan, aprendan el arte divino de la gratitud, compartan naturalmente, den incondicionalmente a los demás y, ante todo, amen libremente a sus seres queridos y sepan utilizar apropiadamente las cosas que les dan para que no cometan el error de invertir el propósito real de la vida, aferrándose a las cosas materiales, y utilizando y manipulando a sus seres queridos y a los demás.
Si eres abuelo y tienes la fortuna de compartir con tus nietos, dales lo mejor de ti, disfruta intensamente con ellos el contacto con la naturaleza, caminando, saltando, dejándote sorprender por todas las travesuras, preguntas, ingenuidad y alegría con las que ellos gozan, ya que ellos te recuerdan permanentemente que has venido a este mundo a disfrutar intensamente de lo simple.
Por eso a partir de hoy, si vas a estar realmente con tus nietos, deja a un lado el periódico, el televisor, el computador, el celular, el chat y toda la tecnología que te alejan de ellos y te acercan a gente que, probablemente, ni es importante para ti. Abre tus alas al amor, entrégate y enséñales a ser felices, a no depender de lo que los demás digan de ellos, a que no pierdan nunca su capacidad de asombro y a que no se sacrifiquen y dejen de ser lo que son por complacer a los demás. Y, sobre todo, a que sueñen sin límites.
Hoy solo me queda expresar una gratitud infinita a mis padres, Jaime y Tinita; a mis hijos, Esteban y Alejandra; a la Patica, la madre de mis hijos; a mi nuera, Stephanie; y a todos los miles de hijos de la calle, que han sido frutos del desamor y la inconsciencia social, por existir y haber adornado mi camino con esas flores que liberaron su mejor fragancia, llenando mi vida de significado y plenitud. Por eso, parafraseando a mis nietos, Agus y Nacho, soy el “Abueloco” más feliz y afortunado del mundo.