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10 Mayo 2018

El virus del "qué dirán" amarga tu corazón


Desde niños nos programaron para vivir pendientes del “qué dirán”, para buscar el reconocimiento, la aprobación, la adulación, y la aceptación de los demás. Nos enseñaron a compararnos y a competir con nuestros amigos y compañeros en todos los campos (emocional, espiritual, físico y material); a no vivir nunca nuestros sueños sino los de otros, a esforzarnos incansablemente por tratar de complacerlos, hacerlos felices y conseguir así la aprobación de nuestro círculo social. Continuamente nos enseñaban a ser egoístas, a no prestar nuestros juguetes y pertenencias, y a ser siempre los número uno en todo, para así sentirnos poderosos y manipular a los demás. Si por algún motivo no lográbamos lo que queríamos, utilizábamos el mecanismo de la pataleta, la amenaza, la agresividad, la lloriqueada o la indiferencia hasta lograrlo. Y como si fuera poco, además de que nos juzgaban, nos programaron para ser jueces implacables, sin compasión alguna por lo que sienten los otros con nuestras críticas.

Por todo esto, cuando crecemos creemos que tenemos que ser mejores que los demás, vestirnos de la manera en que la sociedad y la moda lo exigen, vivir como los otros quieren que vivamos, ser serios, maduros y acartonados, y proyectar la imagen física de un modelo importado. Hacemos grandes y vanos esfuerzos por tratar de seguir esos modelos para ser aceptados, reconocidos y valorados en nuestra sociedad. Es así como vemos personas que, teniéndolo todo, nunca están satisfechas y felices porque anhelan incansablemente lo que no tienen. No se aceptan ni se quieren a sí mismas por tener un pequeño defecto físico, una limitación, o más bien, una imagen distorsionada de la realidad.

Y en esa cadena de comparaciones, competencias y búsquedas infinitas de aprobación aprendimos a criticarnos despiadadamente y a no valorarnos por lo que somos, sino a fijarnos en lo que no tenemos y en lo que no hemos hecho. Esto nos ocasiona desdicha e insatisfacción, y nos lleva a perder nuestra autoestima.

Muchas personas se niegan por todos los medios a comprender que esa visión distorsionada es el resultado del virus del “qué dirán” con el que fueron contaminadas desde muy pequeñas, y no se dan cuenta de que al no cambiar de actitud vivirán amargadas por el resto de sus vidas. La única forma de cambiar esta percepción de la vida es escoger otro punto de vista y aprender a reírnos de nosotros mismos, de nuestras debilidades y defectos, pues por más en serio que nos tomemos la vida, jamás podremos salir vivos de ella.

Que debes hacer para que el virus del “que dirán” no domine tu vida:

- Si hablan mal de ti y lo que dicen es cierto, revisa tus acciones y cambia a conciencia tus elecciones; si, por el contrario, es falso y se trata de críticas infundadas y chismes, échate a reír, ignóralos y disfruta intensamente el aquí y el ahora, ya que no puedes cambiar lo que otros piensen y digan de ti.

- Debes aprender a autoevaluarte en lugar de criticarte. Cuando te criticas buscas incansablemente todos tus defectos, fallas y errores, y los utilizas solamente para lamentarte y autodestruirte; mientras que cuando te autoevalúas ya no eres parte del problema sino de la solución, pues la mente está dirigida a resolver los conflictos, analizar los hechos y buscar resultados.

  • Cada vez que levantes tu mano para juzgar y señales con el dedo a alguien, recuerda que hay tres dedos señalando hacia ti. Pregúntate si aquello por lo que enjuicias a los demás no son en realidad tus propios temores, deseos insatisfechos o envidias camufladas.
  • Cuando la gente hable mal de ti, te juzgue o critique, recuerda que al árbol cargado de frutos la gente le tira más piedras, le quiebra las ramas y lo golpea sin compasión para despojarlo de ellos. En cambio a aquél que está seco nadie lo nota.
  • No te mires cada mañana en el espejo buscando siempre todos tus defectos, sino por el contrario, busca tus grandes cualidades y dones. Repite en voz alta tus rasgos positivos y agradece todo lo que eres. Ámate, quiérete y acéptate como eres, y así mismo con los otros, como te gustaría ser tratado

Así pues, tu realidad es como un espejo: lo que te espanta y escandaliza de esa realidad externa es lo que no quieres afrontar dentro de ti. Por eso trabaja a diario por permanecer en un estado de conciencia alerta, para que puedas detectar cuántas veces dices y oyes cosas que no deberías. Además de una mente positiva, cultiva una mente silenciosa y enfocada hacia el interior, donde está tu verdadera fuerza: el amor.

Una vez empieces a practicar diariamente estos principios tan elementales y simples, en muy poco tiempo te darás cuenta de la frecuencia con que cada día juzgabas y criticabas inútilmente a los otros, incluso a tus seres más queridos y a aquéllos que más te sirven. “Si siembras ortigas, no esperes cosechar trigo”, dice el adagio. Y recuerda que alrededor de un árbol floreciente vuelan muchos insectos, no vayas a ser uno de ellos.