“Yo por mi familia o mis hijos me sacrifico y hago lo que tenga que hacer, no me importa cuánto tenga que sufrir”. ¿Cuántas veces no hemos visto miles de personas que movidas por el miedo, tratan infructuosamente de complacer a toda costa a sus parejas e hijos, quienes muchas veces ni siquiera son felices con ellos mismos?
Existen muchas personas a las que la pareja les es infiel, abusa de ellas, las maltrata, las insulta, ridiculiza e incluso les coarta la libertad; pero por no perder la “comodidad” económica, social o laboral, optan por autoengañarse y, con una actitud miope, minimizan lo que les causa tanto dolor y permanecen a su lado.
Esta es una situación muy típica entre parejas, debido a la dependencia económica que puede existir entre ellas. Generalmente es más frecuente ver este caso entre mujeres, ya que por miedo a que tanto ellas como sus hijos pierdan las comodidades o la satisfacción de algunas necesidades, sacrifican su existencia y viven una vida de soledad, amargura, angustia o desesperación. Estas personas tratan por todos los medios de disimular el sufrimiento, se autoengañan y justifican sus acciones.
Si bien durante nuestra vida estamos rodeados de personas que nos acompañan temporalmente de acuerdo a la etapa que estemos viviendo, la realidad es que la soledad es nuestra misma naturaleza, pero no tenemos consciencia de ella, porque desde pequeños nos han enseñado que para sentirnos bien no podemos estar solos, sino acompañados de alguien o de algo. Por esa razón, cuando estábamos solos, buscaban mantenernos ocupados o entretenidos en cosas externas a nosotros, como la compañía de un oso de peluche durante la noche, un televisor, un radio encendido, un libro de cuentos, un juguete o, como en mi caso, mi perrito pastor collie y mi espada de plástico verde fosforescente que fueron mis compañeros inseparables que me hacían sentir protegido.
Cuando no teníamos esos factores distractores o de compañía a nuestro alrededor, cuando no teníamos nada que hacer y nos sentíamos extraños a nosotros mismos, nuestra mente empezaba a divagar y transformaba la belleza natural y exótica de la soledad en miedo. Así, con este condicionamiento, crecimos buscando personas que llenaran nuestro vacío; y finalmente, nos apegamos a ellas.
Pero la realidad es que por más que intentemos llenar ese vacío con cosas externas, nuestra insatisfacción, angustia y miedo a la soledad crecerán. Nuestra anhelada paz no la encontraremos en las cosas del exterior; la hallaremos solamente cuando miremos hacia nuestro interior. Es tan simple como tratar de llenar una vasija rota. Por más que le eches agua, nunca la llenarás, porque esta se sale por las grietas.
Por eso desde hoy, para que el miedo no sea quien maneje tu vida debes:
- Entender que la soledad es tu amiga fiel, pero puede volverse en tu contra si le eres infiel, cuando tratas de reemplazar toda esa infinita paz que ella puede brindarte por los placeres mundanos y ruidosos del exterior. La soledad es tu enemiga cuando no estás contento con el ser que tienes en tu interior.
- Tomar consciencia del poder que se encuentra en tu interior y, a través del silencio y la meditación, dejarte abrazar por la soledad, para que te sumerjas y regocijes en ella. Entonces, en ese lugar que creías que era oscuro, negro y deprimente, encontrarás la luz, encontrarás la paz interior y el amor de Dios.
Y a partir de hoy, asusta el miedo, que es cobarde y huirá, desaparecerá.