SUPERACIÓN
07 Marzo 2018

Valora a tiempo las cosas simples que te da la vida


Limitarse a existir es negarse la oportunidad de vivir y disfrutar la vida plenamente.

En una de esas tantas noches frías bogotanas, bajo una lluvia implacable y a la luz de un farol titilante, las sombras de unos muchachos llamaron mi atención. Encima de unos pedazos de cartón y cubiertos con periódicos, Amadeo, Toribio y Piraña comían sobrados de una caja de basura. Al acercarme más, pude ver que ellos degustaban y compartían aquellos sobrados malolientes como si fueran un exquisito manjar. En medio de mi estupor, al observar aquella desgarradora escena tan habitual en las calles de esta ciudad, lo único que se me ocurrió decirles fue que dejaran de comer esa basura y se fueran conmigo a comer algo caliente y rico en la Fundación Niños de los Andes. Amadeo se levantó, se acercó sonriente, y dándome unas cuantas palmadas en la espalda me dijo: “Papá Jaime, no se preocupe, nosotros estamos bien y además ya estamos listos para ir a dormir a nuestro cambuche en el caño. ¿Mejor sabe qué? Lo invito mañana a que venga a almorzar con nosotros en nuestra alcantarilla de lujo, y le tendremos algo bien especial”. Esa noche llegué a mi hogar con un frío en el alma y un vacío que sólo mis dos hijos y mi mujer pudieron llenar. La escena se repitió en mi mente el resto de la noche y yo trataba de entender cómo esos muchachos podían encontrarse bien en medio de tanta miseria.

Al día siguiente salí a cumplir mi cita imaginándome qué tipo de comida me darían y cómo iba a hacer para comérmela. Cuando llegué allí, mi sorpresa fue grande al ver que me habían preparado un sancocho de gallina con papas; habían limpiado y organizado ese pestilente hueco, y pudimos sentarnos sobre unas piedras y un tronco de madera a almorzar. Mientras compartía con ellos ese momento llegaban miles de pensamientos y preguntas a mi mente. Una vez terminamos el almuerzo, Amadeo quiso mostrarme orgullosamente dónde dormía con sus parceros. Me hizo un recorrido con su mujer por esa cloaca, enseñándome detalladamente cada sitio, sus facilidades de acceso, la ubicación estratégica que la convertía en un sitio muy seguro, y su vista natural a un bello parque que tenían enfrente. Me explicó que esa alcantarilla era de lujo porque poseía ventilación natural por dos lados.

Aún recuerdo ese instante sublime en el que abrí los ojos y desperté a una realidad que no quería ver ni aceptar. Entendí que todo en el mundo está orquestado perfectamente bien, dentro de un plan divino, y que todo lo que vemos es el resultado de lo que pensamos y sentimos. De Amadeo aprendí muchísimas cosas. Era un muchacho que, a pesar de haber vivido en medio de tanta miseria, siempre estaba feliz, alegre y sonriente. Disfrutaba plenamente lo que tenía en el momento, sin importarle lo que no tenía.

De él aprendí que los seres humanos vemos el mundo como lo queremos ver.

Desde aquel instante una gran incertidumbre empezó a crecer en mí. Trataba por todos los medios de entender y procesar por qué Amadeo podía disfrutar plenamente al comer basura y vivir en ese lugar lleno de ratas y excrementos humanos, diciendo que era un lugar de lujo por contar con ventilación y una agradable vista. ¿Por qué él tenía esa gran capacidad de asombro para gozar con todo y compartir lo poco que poseía, sin aferrarse a nada?

Arrastrado por las aguas negras del caño que fue durante muchos años su hogar, Amadeo murió dejando en mí una huella que con el paso de los años me hizo entender la importancia de volver a lo básico, lo natural y lo simple, al igual que un niño cuando brinca feliz en un pantano, sin importarle la suciedad. Aprendí también a disfrutar no sólo lo que ante mis ojos es lindo, limpio y agradable, sino también aquello que es feo, sucio y desagradable. Entendí que la belleza no está en el exterior, sino en mi interior, en la forma de pensar, ver y percibir el mundo.

Por eso desde ese instante me regocijo diariamente con un atardecer, un nuevo amanecer, la sonrisa de un niño, el abrazo de un amigo, e incluso con aquello que para el resto del mundo es feo y desagradable.

Todo esto me hizo reflexionar y hacer un alto en el camino. Me pregunté por qué las personas como Amadeo podían ser tan felices viviendo en medio de tanta inmundicia, mientras que otras que lo tienen absolutamente todo, viven tristes y amargadas, creyendo ser felices, o sobreviven pero no disfrutan plenamente la vida.

Fue entonces cuando vi que todos los seres humanos al nacer venimos con una mente limpia y transparente, producto de nuestro estado de conciencia natural que es el amor. Pero a medida que vamos creciendo, nuestra mente, totalmente abierta al conocimiento, empieza a absorber y a percibir el mundo de acuerdo con lo que estamos experimentando a través de los sentidos. Venimos al mundo totalmente libres,  llenos de ilusiones y sueños, dispuestos a experimentar todo, pero de un momento a otro empiezan a encadenarnos y a llenar nuestra mente de culpas, temores, prejuicios y condicionamientos que no nos permiten percibir el mundo como es realmente, sino como los demás quieren que lo veamos.